lunes, 14 de enero de 2013

Tan cerca pero tan lejos.

Podría tirarme todo el día mirándola sentada en la repisa de la ventana, con las piernas cruzadas mientras observaba la calle con la mirada ausente. Las ultimas luces del crepúsculo teñían la habitación de colores fríos, haciendo que su piel desnuda pareciera tersa y lisa como un mármol blanco y pulido, produciendo un bello juego de luces y sombras que realzaban su frágil figura mientras su pelo, rojizo como un amanecer, buscaba el mas mínimo rayo de sol para centellear en medio de la tenue luz que llenaba cada rincón de la habitación.
Entre sus dedos hacia bailar un cigarro que de vez en cuando llevaba a morir a sus labios, sus dulces y carnosos labios de los que tantas veces había bebido como si fueran de miel.
Giro la cabeza y dirigió sus ojos negros hacia mi cortando totalmente el flujo de mis pensamientos, pero yo sabia que no me miraba, hacia tiempo que su mente había extendido las alas y alzado el vuelo, lejos de mi, lejos de esta jaula de asfalto, había subido tan alto y tan lejos que ya no podía verla ni tocarla.
Por un momento esbozo una breve sonrisa, hubiera congelado el tiempo en ese instante, dejándola allí eternamente sin que nada pudiese hacerla daño, como si así no fuera a marcharse nunca de mi lado. Pero no dije nada, sabia que no había palabras que pudieran hacer que se quedara conmigo, habían llegado a mis labios demasiado tarde. Me acerque a ella y la bese como si bebiera las ultimas gotas de agua en medio un árido desierto.
A la mañana siguiente me despertó el seco y duro golpe de la puerta al cerrarse, sus cosas se habían esfumado de la habitación.
Su lado de la cama aun estaba caliente.

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